Está demostrado ya que Santa Teresa y Tomás Luis de Victoria no tuvieron una relación directa. Por diferencia de edad y de caminos. Teresa nació en 1515 y Victoria en 1548. Ella, por tanto, treinta y tres años mayor que Victoria. (Acaso el padre de Victoria y Teresa pudieron ser de la misma pandilla de amigos, ya que eran de la misma edad, más o menos, coparroquianos de San Juan, y no vivían lejos).
Teresa ingresó en el monasterio de La Encarnación en 1535, trece años antes de nacer Victoria, e inició su reforma en 1562, cuando Victoria era seise en la Catedral; Victoria partió para Roma en 1565. Teresa murió en 1582 y Victoria volvió de Roma en 1585. Teresa difícilmente pudo tener conocimiento del joven músico. Pero ¿y al revés? Cuando Teresa inició la reforma fue bien notorio el alboroto de la ciudad y del Ayuntamiento. En la Catedral se enteraron también, puesto que Teresa encontró apoyo en el Sr. Obispo, D. Álvaro de Mendoza, además de en otros sacerdotes. El adolescente Victoria pertenecía a la Catedral entonces. Tuvo que oír hablar de aquella monja, aunque a él en ese momento no le preocuparan tales asuntos.
Pasaron los años. En 1569 Teresa está en Toledo, donde ha hecho su quinta fundación, y el 30 de mayo parte de allí para fundar en Pastrana (Guadalajara). El viaje lo hace en una carroza que la princesa de Éboli le proporciona. Hace alto en Madrid. De momento se hospeda en el monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, fundado por Dª Leonor de Mascareñas, dama de la corte portuguesa que había venido a España con la futura esposa de Carlos V, Isabel de Portugal, y había sido después aya de Felipe II. Teresa –dice ella misma- se había hospedado en ese monasterio ya en otras ocasiones. Se cuenta que las damas de la nobleza estaban impacientes por su llegada, dada la fama que ya tenía. “Esperaban unas –dice un cronista- ver algún milagro; otras deseaban verla arrebatada; otras, que le dijese el porvenir”. Pero la Madre Teresa, después de los saludos de cortesía, desvió la atención, comentando: “Oh, qué buenas calles tiene Madrid”. Después, parece ser, pasó al monasterio de las Descalzas Reales, de fundación reciente. Había sido fundado en 1557 por la princesa Dª Juana de Austria, hermana de Felipe II, y viuda a los 19 años de Juan Manuel de Portugal. Construido el monasterio en varias etapas, ya estaba terminado en 1564. Reciente aún la visita, la Madre Teresa escribía a su hermana Juana de Ahumada: “Con la princesa de Portugal he estado hartas veces y holgádome que es sierva de Dios”. Teresa estuvo allí una semana. La abadesa del monasterio era ya Sor Juana de la Cruz, hermana de San Francisco de Borja. Se cuenta también que las monjas quedaron encantadas de Teresa; y que la abadesa, después de su partida, comentó: “Bendito sea Dios, que nos ha dejado ver una santa a quien todas podamos imitar; que come, duerme y habla como nosotras y anda sin ceremonias”. Es decir, que el paso de Teresa por las Descalzas Reales fue llamativo, inolvidable. La princesa Dª Juana de Austria murió en 1573. La sobrevivió con mucho la abadesa, que lo fue durante cuarenta años y murió en 1601. Dato interesante, por lo que después veremos.
Nos podemos preguntar ahora si la Emperatriz María y Tomás Luis de Victoria, que firmaba “abulensis” en todos sus libros, no comentarían algo de este llamativo libro y de su conocida autora, Madre Teresa, también abulense.
Dos nuevos personajes entran en escena. Uno, la Emperatriz Dª María de Austria, hermana de Dª Juana y de Felipe II. En 1576 ha quedado viuda del Emperador Maximiliano II, y en 1580 se retira, con su hija Margarita, al convento de las Descalzas Reales de Madrid. Unos cinco años después entra en escena el otro nuevo personaje: Tomás Luis de Victoria. Ha regresado de Roma en 1585; y en 1586 es nombrado capellán de la Emperatriz María en las Descalzas Reales, donde hacía 17 años de había hospedado la Madre Teresa.
Por estos años algunos libros de la Madre Teresa están retenidos en la Inquisición. Pero una copia de la autobiografía va a parar precisamente a manos de la Emperatriz María, que, entusiasmada, muestra vivos deseos de que ese libro sea editado. Por influencia de unos y otros, el original es entregado a Fray Luis de León, para que lo dé a la imprenta. Sale a la luz dos años después, en 1588, junto con otros escritos de la Santa. El interés de la Emperatriz María queda manifiesto también en que su hermano, el Rey Felipe II, seguramente por insinuación de ella, manda guardar el autógrafo de la Madre Teresa en la Biblioteca de El Escorial, juntamente con los autógrafos de Camino de perfección y Fundaciones.
Nos podemos preguntar ahora si la Emperatriz María y Tomás Luis de Victoria, que firmaba “abulensis” en todos sus libros, no comentarían algo de este llamativo libro y de su conocida autora, Madre Teresa, también abulense. Es cierto que ya no vivía la Princesa Dª Juana de Austria, que había conocido personalmente y hospedado en ese mismo monasterio a Teresa. Cierto también que la Emperatriz María no había conocido a Teresa. Pero quedaba la abadesa, que sí la había conocido, la había hospedado, guardaba de ella un grato recuerdo, y ahora tenía a Victoria, el abulense, como capellán de su monasterio. También es cierto que las leyes dadas por Dª Juana eran estrictas: no quería que las monjas y los capellanes se trataran “más que si no estuviesen en la dicha iglesia y servicio de ella”. ¿Pero podemos pensar que no hubo ningún comentario entre la Emperatriz María y Victoria, o entre la abadesa y Victoria? ¿Podemos pensar que no llegó a manos de Victoria algún ejemplar de la edición de Fray Luis de León? ¿No recordaría Victoria el revuelo levantado en Ávila por la Madre Teresa cuando él era un jovencito? ¿No le entraría curiosidad? ¿No leería con fruición aquel libro de una famosa paisana suya él, que –según escribió en dedicatoria a Felipe II- deseaba entregar su espíritu a la contemplación divina, tal y como conviene a un sacerdote?