Tomás Luis de Victoria, el gran músico abulense, nació tanto biológica como musicalmente en la estela del Concilio de Trento -1545/1563- al nacer tres años después de la ceremonia solemne de apertura en 1548. Este concilio, y sus decretos, establecieron unas nuevas pautas que modificaron el mundo católico y su devenir religioso, ideológico y por supuesto musical. Es lo que posteriormente se llamó Contrarreforma y se produjo en la transición entre los siglos XVI y XVII. Victoria fue uno de los partícipes más activos en la instalación, potenciación y extensión de este espíritu tridentino.
Trento y la música
Trento modificó la música de su tiempo pero no lo hizo de la forma traumática y precisa que se podría pensar después de dieciocho años de deliberaciones. La propia génesis de la asamblea, con relaciones tensas entre el emperador, el papado y el resto de reyes y príncipes católicos, así como su desarrollo, con cinco papas distintos, cambio de sede tres veces, y muchas incorporaciones y deserciones en sus miembros, dan muestra de la complejidad y, consecuentemente, de la ambigüedad que se dio en ciertas materias. La música no fue ajena a ella.
No obstante, sí se fijaron unos pocos principios en este campo. Entre los logros del concilio estuvieron tanto la necesidad de que los sacerdotes se formaran en el canto en los seminarios como de revitalizar el repertorio gregoriano. Y en especial se conminó a alejar las partituras profanas como fuente de inspiración para la elaboración de composiciones religiosas –recurso muy frecuente en la época donde se tomaba una canción por ejemplo amorosa y se reutilizaba para generar una obra litúrgica más larga-. Así el concilio, en su acta de la sesión XX, recoge:
Aparten también de sus iglesias aquellas músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se mezclan cosas impuras y lascivas; así como toda conducta secular, (…) para que, precavido esto, parezca y pueda con verdad llamarse casa de oración la casa del Señor.
No obstante, la instrucción que alcanzaría mayor relevancia y que se convertiría en la más significativa del concilio en lo musical, nunca apareció en sus actas, aunque se debatió con asiduidad. Nos referimos a la reprobación de aquellas composiciones tan complejas y artificiosas que impedían la comprensión de las palabras sagradas. Es decir, se plantea que prevalezca de manera definitiva la inteligibilidad textual sobre la elaboración musical. Esta idea, a pesar de su carácter oficioso, caló en los grandes compositores de su época, que trabajaron para materializarlo en sus obras.
El resultado surgido de estas directrices es lo que se conoció posteriormente como la Polifonía Clásica, y Palestrina se convirtió en el principal plasmador de estos dictados. Su misas y motetes llegaron a ser las canónicas para entender la nueva manera de incardinar la polifonía dentro de la liturgia.
Trento y Victoria
Victoria se traslada a Roma en torno a 1565 apenas unos años después de la finalización del concilio, y puede asimilar las innovaciones que se están produciendo. Por ello se encuentra en el lugar y momento adecuados para convertirse en uno de sus exponentes más importantes y añadir, así, sus originales recursos a la música religiosa contrarreformista.
Estudió en el Colegio Germánico –que contaba entre los protectores de la institución con un representante en Trento del emperador Carlos V- y en el Seminario Romano cuyo maestro de capilla era Palestrina, por lo que su adscripción tridentina comienza a fraguarse. Posteriormente participó en el Oratorio de S. Felipe Neri, institución surgida bajo el auspicio de Trento y donde las ceremonias con instrumentos y voz, tienen un lugar primordial, y que consolidarán definitivamente su vinculación al nuevo estilo.
La vida y obra del abulense plasma de manera clara las directrices del concilio. Se formó como músico y como sacerdote en un seminario –institución creada por los decretos conciliares-. A lo largo de su trayectoria vital hermanó ambas vocaciones predominando en épocas una u otra. Ya al final de su vida fue abandonando la faceta compositiva, en favor de la sacerdotal, permaneciendo fiel a la interpretación organística.
Acató de manera casi rigurosa la norma de alejar de la liturgia elementos profanos, escribiendo únicamente una sola misa basada en un material no religioso, la Misa Pro Victoria, -quizás por estar dedicada a Felipe III, amante de repertorio más ligero-, el resto de su producción que toma elementos no originales, se basa en piezas del canto gregoriano o en elementos suyos anteriores. Dice en la dedicatoria a sus dos libros de misas de 1583:
(…) se ha de considerar que se equivocan más gravemente y que por ello deben de ser castigados con más dureza los que a un arte de lo más honesto, (…) lo trastornan para cantar amores indecentes y otras cosas indignas.
El canto gregoriano, también revitalizado por el concilio, estuvo presente en sus motetes y misas como material inspirador, además de componer numerosas partituras que alternaban partes polifónicas con las monódicas propias del canto llano. Finalmente, en cuanto a la compresión de los textos sagrados el mismo Victoria afirma en la misma dedicatoria anterior:
¿para qué debe servir la música con más razón que para las divinas alabanzas del Dios inmortal, de quien brotó el ritmo y la medida y cuyas obras están tan admirable y tan sutilmente dispuestas que proporcionan y muestran una admirable armonía y concierto?
Imbuido plenamente del espíritu tridentino, Victoria, hace suyas estas premisas, pero les aporta unas grandes dosis de innovación y de emoción que le hacen muy querido tanto en su época como en siglos posteriores al configurar una obra reducida, original, exquisita y que lo convierten en intemporal.