P. Si me lo permite querría comenzar citando las palabras de su editor en Frankfurt, Johannes Mayer, quien le incluye “entre los principales compositores de esta época” (año 1600)
R. Muchas gracias. Yo me siento “naturalmente inclinado hacia la música” y “mi naturaleza me guía con un secreto instinto hacia ella”.
P. También caracteriza su música como “muy apropiada para deleitar el oído por sus dulces consonancias y para provocar el sentimiento de piedad en las almas de los hombres”
R. En efecto. Creo que la música sirve “para aliviar las preocupaciones y para serenar el espíritu con un deleite casi indispensable”. De hecho puede “relajar el ánimo envuelto habitualmente en preocupaciones de mayor enjundia …”. Sin embargo, no puedo dejar de resaltar que su principal función es “alabar a Dios” y por ello yo trabajo para que “las entonaciones de las voces sirvan a éste único fin para el que en principio se inventó”
P. Que nos conste usted es el único compositor de renombre internacional cuya obra se ha circunscrito exclusivamente al ámbito religioso. Ni Palestrina, su predecesor como maestro de capilla en el Seminario Romano, ni su admirado Cristóbal de Morales, por citar a otros dos creadores de talla y reconocimiento europeos, se han olvidado totalmente del repertorio profano
R. Creo que mi “don es un beneficio divino, por lo que he puesto todo mi empeño en no ser totalmente ingrato con de Quién todos los bienes proceden… y he dedicado todo mi afán e ingenio a los asuntos sagrados y eclesiásticos”
P. Por ello también el interés en difundir sus trabajos, en que sean conocidos
R. Me parece que “no debo esconder en la tierra el talento que me ha sido confiado”. Desde que me fui a Italia, cuando tenía 16 o 17 años, no recuerdo bien, “me propuse no quedarme satisfecho sólo con el conocimiento, … sino que, yendo más lejos, sirviera de provecho a mis contemporáneos y a los que lo serán en el futuro”
P. Vaya. Está usted interesado en la pervivencia de su obra, y parece que también en que sea útil.
R. Sí, “Para que los frutos de mi ingenio alcancen más difusión, me he entregado a la labor de componer particularmente aquellas partes o rezos que se celebran (con música) con más frecuencia en la Iglesia Católica” ofreciendo así creaciones cuya demanda fuera elevada.
P. De hecho se ocupa usted mismo de difundirla, como hacen otros maestros, pero de usted se dice además que combina una elevada espiritualidad con un gran pragmatismo
R. Ambas vertientes las considero armoniosas, y así lo he manifestado públicamente. Por ejemplo, cuando me di cuenta “de que las composiciones de los himnos sagrados, creadas por diversos autores y recogidas en diversos volúmenes, se buscaban con gran dispendio por parte de las Iglesias y gran hastío por parte de los cantores, trabajé con esmero y compuse con melodías armoniosas el conjunto de himnos recogidos en un único volumen para poner remedio en la medida de mis fuerzas, a ambos inconvenientes y ganarme el favor de las unas y de los otros”
P. Quizás le venga de familia esta visión suya tan práctica y realista
R. Los orígenes siempre dejan su huella. En mi caso, tanto en los veinte años que viví en Roma como en los quince que llevo en Madrid, nunca he dejado de sentirme abulense. Así lo he plasmado en cada una de mis ediciones: Thomae Ludovici de Victoria, Abulensis
P. También es conocida su estrecha relación con los Jesuitas,
R. Sí. Mis primeros contactos los tuve en Ávila a través de su colegio de San Gil, pero éstos se vieron fortalecidos extensamente cuando me trasladé a Roma. Allí estudié en el Colegio Germano y el Seminario Romano, ambos bajo su jurisdicción y prototipo de seminarios postridentinos. Fui maestro de capilla de las dos instituciones y gracias a ellas conocí a personalidades muy relevantes de toda Europa. Entre ellos por supuesto se cuentan músicos, pero también ilustres compañeros como el inglés Thomas Cottam, que en 1582 fue ejecutado por sus actividades sacerdotales católicas, o como el Cardenal Miguel Bonelli, a quién dediqué la cuarta de mis publicaciones, el libro de Magnificat (Roma, 1581)
P. Por entonces usted ya había decidido dejar su carrera profesional como maestro de capilla, aun sin abandonar la composición, para dedicarse principalmente al cultivo de su vida espiritual. Sí, así fue Ello habrá sido posible porque contara con suficientes ingresos. Por lo que sabemos en agosto de 1575 recibe las órdenes sacerdotales, y es conocido que para ello es condición sine quanon que poseyera algunos ingresos
R. Se me habían concedido ya varios beneficios eclesiástico, uno en la diócesis de León, otros dos en la de Bejar y Osma, pero la cuantía no asciendía a mucho. Sin embargo en 1579, el papa Gregorio XIII, a quién dediqué mi tercer libro impreso, el de Himnos, me otorgó un interesante beneficio procedente de San Miguel de Villalbarba (Zamora) de 200 ducados perpetuos.
Y sí, contar con ingresos garantizados de por vida me permitió dedicarme al cultivo del espíritu y de la caridad cristiana. Entonces me vinculé con la Congregación de Felipe Neri, como sabrá usted, una comunidad donde los sacerdotes deben mantenerse por sí mismos y donde la ausencia de reglas comunitarias me permitió seguir cultivando mi “natural impulso” hacia la música. De hecho durante mi estancia allí pude ocuparme de componer y editar seis libros impresos.
Los orígenes siempre dejan su huella. En mi caso, tanto en los veinte años que viví en Roma como en los quince que llevo en Madrid, nunca he dejado de sentirme abulense.
P. Entre ellos se encuentra el muy reconocido Officium Defunctorum (Roma, 1585). No obstante las dos ediciones de motetes del periodo, la de 1583 y 1585, contienen poco material nuevo
R. “Me ví estimulado a reeditar estos trabajos porque el conjunto de mis obras había sido acogido de tal modo que ya no quedaba casi ninguna para que las pudieran usar los que comenzaban a dedicarse a la música”. Tal demanda también impulsó a editores de Frankfurt, Milán y Venecia a realizar reimpresiones de mis obras
P. Claramente usted es un hombre de éxito… Sabemos, por ejemplo, que a Felipe II, padre de nuestro Rey, le satisfizo su música
R. “En la corte y en España, han agradecido mis libros, y sí, el Rey se alegró mucho con ellos, y particularmente con el suyo (se refiere al de misas que le dedicó) y con el del Duque de Saboya y su hija la Infanta (de motetes, de 1585)”
P. Ahora se encuentra sirviendo a la Emperatriz, nuestra Sra. María de Austria, en las Descalzas Reales de Madrid
R. Quise dedicarme a servir a la Emperatriz, quién me permite ser su maestro de capilla, sin la obligación oficial de cumplir con el cargo, y seguir ocupándome de la difusión de mis libros, de aconsejar como experto a diversas instituciones sobre músicos, música e instrumentos,… Y continuar publicando. Acabo de editar otro libro, el décimo, con misas, magnificats, motetes, salmos. Algunas de sus composiciones ya habían visto la luz, pero otras tantas son de nueva composición, y siguen el estilo actual de la policoralidad con 8, 9 o 12 voces.
P. Parece un hombre satisfecho de su vida y con su obra:
R. Sí, pero “quiero que quede a juicio de los demás en qué medida he sobresalido en esta materia. Según la opinión y el testimonio de los expertos y de los entendidos me parece que lo he conseguido, hasta el punto de que no tengo por qué arrepentirme en ningún caso de la labor de mi trabajo”.