En el artículo anterior dejábamos a Sebastián de Vivanco como maestro de capilla de la catedral de Ávila, reconociéndole hasta ese entonces una enorme valía que, por sí sola, ya le habría hecho figurar entre los personajes más ilustres de la ciudad. Pero hay que finalizar su biografía comentando el periodo que realmente le llevará a ser una auténtica celebridad: su última estancia en Salamanca.
Al respecto, hay que partir de la frecuente circulación de músicos españoles en busca de las mejores ofertas profesionales que una localidad podía ofrecer, encontrando que muchos de ellos tuvieron como primera opción la ciudad salmantina debido al aliciente extra de su prestigiosa universidad, la cual permitía compaginar sus puestos musicales con los de su también notable catedral; de modo que la institución académica presentaba una ocupación de organista para sus celebraciones que, además de poder compaginarse con la cátedra de música, era compatible con la de maestro de capilla y la de organista de la catedral. Eso mismo haría Vivanco, al igual que otros de renombre en aquel Siglo de Oro, como por ejemplo su antecesor Bernardo Clavijo del Castillo, quién únicamente dejaría sus cargos de organista de la catedral y de la universidad, y el de catedrático de música en esta última, ante el reclamo de Felipe III para que se fuera con él a la corte madrileña.
En cambio, Vivanco permanecerá el resto de su vida en Salamanca al no recibir una oferta similar, compaginando los puestos de catedrático de música y maestro de capilla, ya que los de organista en las dos principales instituciones salmantinas serían ocupados por Tomé Hernández o Fernández (como indistintamente aparece en los archivos), el cual también estuvo previamente al servicio del cabildo abulense también como organista.
Concretando, podemos añadir que el 30 de septiembre de 1602 entraría Vivanco como maestro de capilla de la catedral de Salamanca procedente de la de Ávila, tras las notables ventajas que le ofrecía un cabildo salmantino que años atrás ya había pensado en él para el puesto, aunque aquella primera vez las negociaciones no prosperarían y Vivanco se quedaría en su ciudad natal, consiguiendo en este caso el magisterio de capilla el también ilustre Alonso de Tejeda.
Del mismo modo, Sebastián de Vivanco sería rechazado en otras votaciones el 23 de febrero de aquel año de 1602, a pesar de ser propuesto para el puesto porque «seria bien por ser tan buena pieza traelle al servicio de la Iglesia”. No obstante, el 5 de julio se llega por fin a un acuerdo para que, tras la marcha de Tejeda, el artista viniera a Salamanca, repitiendo pues los pasos de su maestro, también de Tomás Luis de Victoria, Juan Navarro, quién igualmente fue “birlado” a la catedral abulense por su contigua salmantina tiempo atrás.
Sobre su obra cabe decir que fue la más abundante de todos los maestros salmantinos anteriores al siglo XVIII.
A su vez, pocos días más tarde de su comparecencia aquel 30 de septiembre, logrará una capellanía de cantor para su hermano Gabriel, clérigo, el cual le ayudaría a partir de 1612 a «repasar las lecciones de los mozos de coro”; permaneciendo en Salamanca junto a Sebastián hasta 1613, año en que muere.
A esta acomodada situación para él y su hermano, habrá que unir la obtención de la cátedra de música de la Universidad en 1603, tras su otorgamiento por parte de un tribunal presidido por el propio Clavijo del Castillo, antes de su marcha definitiva a Madrid. Vivanco se mantendría en ella hasta su jubilación, en 1621, poco antes de su muerte, siendo precisamente el organista Tomé Hernández la persona propuesta por la institución académica para su sustitución en ese mismo año, entre otras cosas porque «aunque le an salido muchos y muy aventajados partidos fuera de la ciudad no se a querido ausentar, aguardando el premio de la Universidad”. Pero este último fallece en marzo de 1622, presentándose a finales de ese mismo mes dos nuevos candidatos, de donde saldrá Roque Martínez, quién la va a regentar hasta 1648.
No nos hemos detenido en el curioso hecho de la graduación académica de Vivanco por la Universidad de Ávila, en aquellos inicios de 1603; y es que el maestro consiguió en el colegio de Santo Tomás, y en un tiempo récord, los necesarios grados de bachiller, licenciado y maestro para poder cobrar el sueldo completo de su cátedra de música, tras superar unos exámenes, pero sin cursar los respectivos cursos que, por supuesto, no le habrían hecho falta por los conocimientos que ya tenía en aquel momento. Regularizaría así, en pocos meses, su situación académica, la cual le habría exigido más tiempo si la hubiera tramitado en la Universidad de Salamanca.
Sobre su obra cabe decir que fue la más abundante de todos los maestros salmantinos anteriores al siglo XVIII, hallándose la mayor parte en tres cantorales polifónicos publicados en Salamanca, entre 1607 y 1610, en la imprenta del famoso impresor flamenco Artus Taberniel. Al igual que Victoria, todas las composiciones que nos han llegado de Vivanco son en latín y están dedicadas al culto (misas, magníficats, motetes, himnos, etcétera).
Su muerte el martes 25 de octubre de 1622 dejaría a Salamanca huérfana de importantes músicos, al no lograr retener tras él a ninguna figura. Tendrá el honor de ser enterrado por orden del cabildo en la propia catedral salmantina, «en los transitos de la iglesia nueba subida la escalera que baxa al santo xristo de las batallas”; en lo que se entiende como el antiguo espacio que unía la catedral vieja con la nueva, hoy cubierto por la capilla de la Virgen de Morales, en cuyo suelo se observan multitud de lápidas sin identificar, una de las cuales bien podría ser la del artista. Los días siguientes a su muerte, el mismo cabildo mandó decir las 1.000 misas que el propio Vivanco había dejado encargadas por su alma, lo que da buena cuenta de la enorme religiosidad que siempre inundó la vida de este afamado abulense.